El unigénito hijo de Dios, el cordero de Dios, quien quita el pecado del mundo, el mesías, el enviado de Dios, puro, sin mancha vino a hacerse como uno de nosotros. A padecer como uno de nosotros, a nacer, vivir, crecer, ministrar en la mas pura humildad. Y a entregarse por nosotros a la peor muerte, la que nos pertenecía a nosotros, para libertarnos.
Así vino, dejando Su trono en los cielos, a éste mundo a nacer de una virgen y a cumplir el ministerio dado por el Padre: Anunciar la salvación, dar su vida para pagar la gran deuda del hombre pecador, vencer a la muerte, ascender a los cielos, hasta Su regreso a buscar a Su amada (la iglesia de Cristo).
Aquél
era la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este
mundo.
Todos y cada uno de
nosotros puede recibirle. Recibir Su luz redentora. Cada uno puede
entregar su vida para recibir la Vida. Y vida en abundancia.
No importa nuestra
condición, pues a eso vino a dar luz a las tinieblas. A salvar y
rescatar lo que estaba perdido.
En
el mundo estaba, y el mundo por Él fue hecho, pero el mundo no le
conoció.
Cuando vino, unos fueron
indiferentes. Otros intentaron matarlo, sin entender a que venía.
Unos pocos alabaron a Dios y otros menos vinieron a adorar al
Salvador.
Lo mismo sigue ocurriendo
hoy.
Ya se ha difundido Su
santo nombre, Su evangelio de paz y salvación en todo el mundo. No
obstante, solo unos pocos le adoran en espíritu y en verdad. Unos
pocos le conocen y le aman.
Y El sigue amando como al
principio.
Y en aquel tiempo:
A
lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.
El pueblo escogido de
Dios, en su mayoría, no le reconoció. No atendió a los profetas y
no distinguió en El la deidad. Siguió esperando que Siloh venga, y
se cumplió lo que profetizó Jacob acerca de Judá y todo aconteció,
según estaba escrito. Y se extendió la salvación a los gentiles,
utilizando para tan delicada misión al apóstol que vino a cubrir el
vacío. Un judío de pura cepa. Saulo de Tarso. Pablo.
Y en éste tiempo sigue
viniendo. Sigue estando. Y pocos le reciben. Recibirlo en el
espíritu, no en la figuración religiosa. Recibir a cristo y con El
a Su santidad.
Mas
a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios.
Que hermosa heredad.
Cuanta felicidad nos
llegara la noticia de que alguien poderoso, rico, nos ha adoptado y
recibimos de él herencia, sin merecerla, sin haber hecho méritos;
¿No nos sentiríamos felices, no expresaríamos esa gratitud?
Bueno
alma querida que aceptas a Jesús. Alaba, alégrate, exalta Su
nombre. Goza en el espíritu. Eres llamado Hijo de Dios y por
consecuencia, coheredero de la gloria en el reino de los cielos.
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